Héctor Sepúlveda tenía poco tiempo de haber comenzado Mountain Nazca, su fondo de venture capital. No era raro recibir “cold-emails” de parte de emprendedores que buscan financiamiento para arrancar sus startups, y así le llegó un mensaje, por LinkedIn, de un boliviano llamado Carlos Salinas.
“Nuestra política era ‘hear-everyone-out’, queríamos darle espacio a todo mundo”, recuerda Héctor.
Se reunió con ellos, e incluso les pidió irse a trabajar desde su oficina una tarde. Era un cuartito, medio adaptado como ‘showroom’, en un centrito comercial.
El producto, pensó, era mejor que las demás opciones del mercado. En aquel momento le preocupaba el nivel de dependencia que tendrían con el proveedor — un gigantesco fabricante de colchones en Monterrey. Pero al final, decidió apostarle al equipo.
“Les creí. Done. Hay que apoyar estas personas”.
Héctor aprovechó para invitar a los emprendedores a una reunión que tenía programada con los inversionistas de su fondo, unos días más tarde. Varios de éstos también se emocionaron con el proyecto, y entre Nazca y sus LPs terminarían invirtiéndole $1 millón de dólares a Luuna.
Era mediados de 2015 y Luuna era una presentación de powerpoint y algunos prototipos de colchones.
Carlos Salinas, Will Kasstan y Memo Villegas veían un enorme potencial en México. Su paso por Linio les había abierto los ojos a las oportunidades para los negocios de comercio electrónico en toda la región.
Un año antes, Casper había demostrado en EUA que se podían vender colchones en línea (enrollándolos dentro de una caja). Algo así debía funcionar en América Latina — podían ver que la gente buscaba colchones en línea en Google constantemente — y sabían también que la categoría tenía muy buenos márgenes. México sería el lugar ideal para intentarlo, pensaron.
Memo, mexicano y Will, francés, ya habían trabajado antes en México. Carlos, por su parte, realmente no conocía el país — había venido alguna vez a Cancún. Así aterrizó en CDMX a inicios de 2015, con su esposa Laurène, tras haber pasado tiempo en Chile y Colombia debido a su trabajo en Linio.
Pensaban jugársela completamente: habían renunciado a sus trabajos y comprometieron todos sus ahorros para inyectárselos a esta idea.
“No se me olvida la cara con la que nos veía la mamá de Memo, después de que se enteró que Memo había vendido su apartamento para irse a hacer una empresa de colchones con un boliviano”, dice entre risas Carlos.
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