¿Será momento de vender?
Una crónica ficticia de lo que pasa por la mente de una familia cuando llega un search fund a querer comprarles su empresa.
Comentario Whitepaper: Para el último artículo de 2023, decidimos hacer algo completamente diferente. En esta ocasión escribimos una mininovela: una historia ficticia construida a partir de las problemáticas que sabemos que viven hoy muchas empresas familiares. Considerando que ya una buena parte de nuestros suscriptores están comenzando días de vacaciones, la idea es ofrecerles una lectura menos ‘laboral’ pero que —quizás— además de entretener ayude a generar algún tipo de reflexión. Nos encantará recibir su feedback.
Las palabras de su papá cuelgan en el aire. La mirada estupefacta de Benjamín se enfoca borrosamente como si las estuviera leyendo una y otra vez. No lo puede creer. Cuatro años al frente de la empresa. ¡Olvídate de eso: cuarenta y un años de vivir bajo su sombra! Y nunca imaginó que el viejo tomaría una postura así.
Los ruidos del tráfico sobre Palmas borran las palabras de don Guillermo, cayendo un silencio en la sala. Nadie respira. Nadie quiere tomar la palabra.
Unos días antes
La última slide del Powerpoint tiene una gráfica que muestra cómo quedarían los porcentajes en la empresa. De aceptar la propuesta, después de más de 60 años de historia, la familia ya no tendría la mayoría. El search fund y sus inversionistas se quedarían con el 80% y por lo tanto, tendrían el control.
Sebastián cierra la laptop y voltea a ver a José. José entiende que le toca a él tomar la palabra.
“Lo que ustedes tienen es algo único y de gran valor en en este país”, dice como lo había ensayado con su socio. “Sebastián y yo estamos convencidos que podemos hacer algo aún más grande si nos lo permiten. Tenemos años preparándonos para este momento y lo vamos a asumir como una gran responsabilidad”.
Lo dice volteando a ver don Guillermo pero sabe que quienes más atención le están poniendo son Benjamín, María Fernanda y Carlos. A don Guillermo nunca lo han visto muy entusiasmado, aunque siempre les ha abierto la puerta. Siempre ha estado dispuesto a escucharlos. El primero en hablar, como ha sido la constante en reuniones previas, es Benjamín.
“¿Y, entonces, quién de ustedes se quedará como CEO?”, pregunta por enésima vez.
“Los dos”, responde José. “Lo normal en los search funds es que los searchers, o sea, Sebastián y yo, se conviertan en co-CEOs cuando se hace la adquisición. Ya después podría variar, pero lo que nosotros tenemos planeado es compartir esta responsabilidad”.
Don Guillermo está mirando por la ventana interior. La sala está en un apretado tapanco que tienen en su principal centro de distribución. Desde ahí se ve cómo sus empleados mueven los paquetes desde los estantes y hacia los puertos de embarque.
Entreoye a Benjamín repetir las mismas preguntas que le ha hecho mil veces a José y a Sebastián. Ya no está poniendo atención. Ya sabe qué le van a responder y la realidad es que comoquiera no le importan mucho los detalles del search fund.
Está cansado. Incómodo. No en sentido físico: sabe que está muy bien para sus 74 años —o bueno, mejor que la mayoría de sus amigos. Sí tiene uno que otro achaque, pero menos que los demás. Eso le gusta. La cosa no va por ahí. Está cansado y está incómodo con el tema de la empresa. Y no es necesariamente algo que ocasionó la llegada del search fund ni la propuesta que les hicieron. El tema lo trae desde antes, aunque no tiene claro desde cuándo.
Las máquinas crujen y los empleados se mueven como un viejo reloj suizo. Cada quién en dónde debe de estar. Tal vez por eso, en su momento, le pareció muy natural haber puesto a Benjamín a la cabeza de la empresa. Su hijo mayor creció en el negocio. Siempre le gustó y, claro, siempre se imaginó que algún día se haría cargo.
De cierto modo se lo había ganado. Don Guillermo estaba consciente de lo exigente que fue con su hijo mayor; quiso darle la preparación que él no tuvo. Su papá, el abuelo de Benjamín, el que fundó el negocio sin ayuda de nadie, le pasó las riendas hace ya más de 50 años aún cuando él no había terminado la carrera. La realidad fue que no hubo mucha opción: avanzaba rápido el cáncer que poco tiempo después terminaría por quitarle la vida al fundador.
Cuando don Guillermo se hizo cargo, la empresa tenía quizás unos 20 empleados y atendía apenas a un puñado de clientes, todos en la Ciudad de México. Para cuando se la pasó a Benjamín, empleaba a más de 500 personas y tenía clientes por todo el país. La había convertido en la segunda más grande en México en ese segmento: una empresa muy sana con buenos márgenes y con un equipo muy fiel. Las dos fábricas que había desarrollado no eran ya las más modernas, pero las tenía bien mantenidas y siempre operando de manera eficiente.
Cuando apareció el search fund Benjamín ya tenía pleno control de la empresa. Las cosas pintaban bien por lo que lo normal hubiera sido mandar a volar inmediatamente a José y Sebastián que, además de ser ajenos al negocio, no podían tener más de ¿qué? ¿Sesenta años entre los dos? Don Guillermo apretó la mano para sentir ese dolorcillo que le causaba la leve artritis que lo llevaba persiguiendo —sin alcanzarlo del todo— durante más de una década ya. ¿Por qué le había dado cita a ese par de recién graduados de un MBA que llegaron creyendo que, de la nada, iban a poder manejar mejor su empresa? Quizás no se lo vendieron de esa manera, pero no es tonto: él sabe que se la querían comprar porque la veían como una empresa vieja, que fácilmente iban a modernizar y hacer mucho más grande.
“Pero, a ver, entonces…” escucha decir Benjamín a lo que parecen ser mil kilómetros de distancia. Su voz se quiebra un tanto cuando se emociona; don Guillermo instintivamente voltea a ver a María Fernanda y a Carlos, quienes disimulan tampoco haberse dado cuenta del leve graznido del director de la empresa. Los entrené, piensa don Guillermo. Particularmente, Benjamín —para haber sido solo cuatro años al timón lo había hecho bastante bien. Ya sabía él que su hijo iba ser un buen director general. Conoce la industria, conoce a los clientes, le entiende muy bien a los procesos de manufactura. Ha sido bueno para cuidar lo que les costó tantos años construir.
¿Pero, a ver, entonces? ¿Por qué había aceptado empezar a platicar con Sebastián y José? ¿Curiosidad? Sabía que a Benjamín no le había gustado nada la idea —entendible considerando que querían quitarle su trabajo; quitarles la empresa a la familia.
Don Guillermo vuelve la mirada sobre María Fernanda. Su hija está escribiendo algo en su laptop mientras que los searchers batallan, armados siempre de amables sonrisas, con Benjamín. ¿Por qué nunca pensó que María Fernanda podía haber sido la directora general?
Y ya que estamos en esto, ¿por qué no Carlos? Don Guillermo voltea a ver al hijo de su difunta hermana, quien había heredado el 30% de las acciones de la empresa familiar. Él también había resultado ser muy capaz. Nunca había trabajado con ellos: tan pronto y terminó la universidad se fue a un banco y de ahí a uno de los principales fondos de private equity en el país.
Una alerta, diseñada para llamar la atención sin aturdir a nadie, gentilmente avisa el término de uno de los procesos de la maquinaria. Don Guillermo ve cómo empleados cambian en automático sus actividades en respuesta. Ni se voltean a ver entre ellos. Todo les es natural y todo seguro lo querrán cambiar estos jóvenes searchers. Cambiar la naturaleza misma, ¡vaya concepto!
Don Guillermo está incómodo. No es por haber nombrado a Benjamín. Tampoco por la presión del search fund. Está incómodo por nunca haberse cuestionado “el orden natural de las cosas”. Las preguntas de su hijo continúan fluyendo como una torrente ininterrumpida, pero, como si lo hubieran presentido, María Fernanda y Carlos, voltean a ver a don Guillermo. Él evita sus miradas, pero no puede evitar el nacimiento de una duda; una duda punzante, tenaz, surgida de su profunda incomodidad:
¿Estarían aquí sentados, a punto de entregar medio siglo de trabajo familiar, si hubiese estado su hija o su sobrino al mando?
Carlos pidió una mesa en el interior del Mallorca y se sentó a esperar a María Fernanda. Por la ventana, alcanza a ver al chofer abrir la puerta de la Tahoe y a su prima bajarse sobre Reforma. Trae cara de preocupada, piensa.
Son las 8:15 de la mañana y el restaurante comienza a llenarse. Los primos quieren discutir la propuesta que les hizo el search fund.
Para Carlos, la cosa es muy sencilla. Hay que vender. Él sabe que detrás de José y Sebastián hay deep pockets —él mismo ha tratado con algunos de los inversionistas del search fund— y sabe también que, por chavos que estén, ambos vienen de familias empresarias y tienen acceso a los mejores contactos que puede tener un joven emprendedor en este país. Lo más importante: los dos están urgidos de demostrarle a sus respectivas familias que pueden ser exitosos.
Por suerte, piensa Carlos, él no tiene esa urgencia. Desprenderse de la empresa familiar no le costará mucho. Sí, fue gracias a los dividendos que recibió su mamá que él pudo crecer en un entorno privilegiado. Y sí, siempre ha estado involucrado de alguna forma u otra. En los últimos años —y conforme fue ganando más experiencia y credibilidad— su tío Guillermo comenzó a consultarle con más frecuencia. Pero esto no quita que para él, siempre ha sido más bien la empresa de su tío. Bueno, y de sus primos.
Sus primos. La verdad es que Benjamín no le cae muy bien. Nunca lo ha tratado mal ni nada por el estilo; más bien nunca han sido muy cercanos. La diferencia de edad no ayuda, pero más allá de eso, es quizás esa necesidad de su primo de ser reconocido como el director. Como ayer, cuando en la presentación con los searchers siguió insistiendo e insistiendo con las mismas preguntas. Es como si quisiera que todos vieran que él es quien debe estar dirigiendo todo. ¿No se daba cuenta que el efecto que conseguía era todo lo contrario?
“¿Por qué esa cara, prima?”, le dice tan pronto y se sienta.
“Ya ni me digas”, responde María Fernanda. “Íñigo estuvo súper necio toda la noche y Bego amaneció con que no quería ir al colegio. Puro pelear con esos niños”.
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