Linio: lo que le dejó al ecosistema emprendedor de México
Varias de las características que definen hoy a las startups mexicanas encuentran su origen en el e-commerce que llegó desde Alemania hace más de 10 años
En 2012 el e-commerce en México era algo pequeño. Muy pequeño. Ese año Mercado Libre vendería apenas $27 millones de dólares en el país (menos del 10% de sus ventas totales). Liverpool incluyó la palabra “internet” solamente 2 veces en su informe anual de ese año; Walmex habló una vez de “comercio electrónico” en el suyo.
De acuerdo con un artículo publicado ese año por la revista Expansión, todo el e-commerce en México valía menos de $47,000 millones de pesos. Eso habría sido más o menos lo que Amazon facturó en 2012 —cada 15 días.
Rocket Internet creía que México era un mercado ideal para lanzar una tienda tipo Amazon —y estaba dispuesta a invertirle como nadie a este proyecto. Así que ese año de 2012 fundó Linio.
Esa primera iteración de Linio vivió 6 años hasta que en 2018 fue adquirida por Falabella, el gigantesco retailer chileno. Pero el impacto que tuvo en el ecosistema emprendedor mexicano se sigue sintiendo: una buena parte de los fundadores que lideran hoy a las principales startups de este país formaron, en algún momento u otro, parte de su equipo y fue ahí en donde descubrieron los negocios digitales, las metodologías para escalar e incluso lo que significa hacer fundraising.
Más allá de esas empresas —una lista en la que están desde Kavak y Jüsto hasta UnDosTres y Flat— lo que hizo Linio se refleja hoy en los perfiles de quienes deciden emprender en México y también en cómo manejan sus startups.
La historia empieza más de una década antes, en 1999, cuando los hermanos Oliver, Marc y Alexander Samwer crearon una tienda online muy similar a eBay para el mercado alemán. Menos de 100 días después de lanzar su marca, eBay quiso entrar a Alemania y para hacerlo le compró a los hermanos su negocio en unos $50 millones de dólares. El mayor no tenía ni 30 años.
Menos de un año después hicieron una empresa que se especializaría en crear contenido para los teléfonos celulares de aquella época, incluyendo ringtones y wallpapers. Tres años más tarde la vendieron en $270 millones de dólares.
Una buena parte de este dinero lo invirtieron en la nueva generación de startups que estaban naciendo en esos años, como Facebook, Groupon y Zynga.
Su experiencia rápidamente cristalizó en una revelación: los modelos de negocio que funcionaban en un país muy probablemente también serían exitosos en otros. De alguna forma, el riesgo de diseñar un nuevo modelo ya lo había tomado alguien más; ellos podían simplemente copiarlo en otro mercado y, si lo financiaban de forma adecuada, podrían dominarlo antes de que llegara la empresa original. Ya después tendrían quizás la oportunidad de vendérselo.
Es así que Rocket llegó a México. Arribó con planes para lanzar varios negocios simultáneamente, pero el principal sería Linio, un gran portal de comercio digital “inspirado” en Amazon.
La fórmula de Rocket contemplaba reclutar un primer equipo de “cofundadores”. Buscaban jóvenes con MBAs y algunos años de experiencia profesional —de preferencia en consultoría. A cambio les ofrecían un sueldo muy competitivo y alrededor del 3% de participación en la startup (a cada uno). Más allá del sueldo y del equity, querían personas que se entusiasmaran con la idea del emprendimiento y de poder arrancar de cero una empresa. A cambio de eso, Rocket ofrecía a sus cofundadores experiencia, visión estratégica, conocimiento técnico y, claro, alguien que los financiara.
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