La decisión de Doña Panchita
La decisión que cambiaría para siempre el rumbo empresarial de Monterrey
Doña Panchita estaba destrozada. Su marido murió repentinamente, de un infarto, apenas un día después de cumplir los 46 años.
El año era 1889. En ella sola recayó la responsabilidad de hacerse cargo de su hijo de 12 años — y también de Casa Calderón, el negocio de su difunto esposo. Habría tenido quizás cerca de 40 años.
Se siente desamparada. Tiene que vivir su duelo. Está desconcertada. A ella nadie la preparó para hacerse cargo de los negocios. Ahora le preocupa que les vayan a robar. Hay desconfianza, hay indecisión.
Doña Panchita siente especial tristeza porque a pesar de todos sus logros, su esposo no tuvo tiempo de echar a andar su más ambicioso plan — y el cual lo obsesionó durante los últimos cinco años. Esa idea de construir una gran cervecería en Monterrey parece que nunca se logrará.
El ferrocarril llegó a Monterrey en 1882 y tres años después, Don José Calderón Penilla lo aprovechó para viajar a St Louis Missouri. Su objetivo era ir a conocer las 20 cervecerías que colonias de inmigrantes alemanes habían instalado en esa zona.
Don José estaba ya obsesionado con el negocio cervecero.
A sus 15 años había heredado Casa Calderón y fiel al legado de su padre y de su abuelo, continuó creciéndolo exitosamente. Era considerado un hombre de acción, que conocía cada detalle de su negocio y que tenía “un ojo de lince” para reclutar.
En algún momento Don José se había enamorado de la cerveza — y no solamente porque fuera un producto que a él le gustaba. Estaba completamente convencido que había una enorme oportunidad de negocio haciendo y vendiendo cerveza, y por ello creó Cervecería de León, en Monterrey.
Él tiene el capital y tiene la visión para entender la oportunidad. Pero no sabe hacer cerveza. Por más que le mueven y le mueven a la fórmula, su cerveza es un fracaso. Cierran la cervecería a los dos o tres años de haberla arrancado.
Pero él sigue obsesionado con la idea. Todo el día habla del tema y su esposa, Doña Panchita, no hace sino escuchar por qué es una oportunidad tan grande.
En ese primer viaje a St Louis conoce al señor Schneider. Su cerveza es la que más le gusta, y además se entiende muy bien con él. Llegan a un acuerdo para importar a México la cerveza Schneider.
Esta cerveza sí le gusta a los regios.
Don José regresa entonces a St Louis. Ahora se lleva con él a su mano derecha — y que era quien en realidad había estado liderando el esfuerzo de comercialización de la cerveza. Isaac Garza era la prueba de ese “ojo de lince” que tenía Don José para rodearse de personas capaces.
Ya habían llegado a la conclusión que no hacía mucho sentido seguir trayendo la cerveza desde allá. Al final, era pagar fletes para mover agua. Había que producirla aquí, pero para hacerlo, necesitaban traerse a quien sabía hacer un producto con la calidad que ellos querían. Necesitaban mejor traerse al mismo Schneider a Monterrey.
Llegaron a un acuerdo.
Ahora sí, Don José tendría la cervecería de sus sueños.
Pero ese día no llegó. Se murió antes de poderlo hacer una realidad.
La primera alternativa era no hacer nada…