Por ahí del mes de marzo realicé un viaje a Querétaro. Me hospedé en una casa, así que fui al súper cuando llegué. Era de noche, y al salir con mis compras intenté tomar un Uber. Me lo cancelaron en varias ocasiones, por lo que decidí subirme a un taxi ‘tradicional’ que estaba estacionado afuera. Entusiasmado, el taxista me tomó como su pasajero y se dirigió hacia mi destino.
No había cenado. Le pregunté al taxista si sabía de algún lugar donde pudiera comprar algo. Me llevó a unos tacos y al llegar lo invité a cenar conmigo. Me confesó que llevaba más de 24 horas sin comer, y las ultimas seis estacionado afuera del supermercado esperando un pasaje.
“Desde el año pasado ya no hay turismo, no hay congresos, no hay trabajo”, me dijo. Él ahora necesitaba pasar seis horas estacionado afuera de un lugar donde antes solían tomar pasajes sin esperar más de quince minutos. La alternativa - recorrer las calles en busca de un pasaje - le quema gasolina. Si llega encontrar alguien que requiera su servicio, me explicó, le termina saliendo más cara la gasolina para encontrarlo que lo que le pagan por el viaje.
“Necesito asegurar que llegue con dinero a la casa, pues hay días que lo mejor que puedo llevar son unas conchas Bimbo para mis hijas”. Le pregunté por ellas, a lo que me contó que ya era abuelo. Su hija mayor fue de su primer matrimonio. Se embarazó a los 16 años por un joven que no volvieron a ver.
“Prefiero que así sea, luego la golpean y la dejan sin casa, mejor que viva conmigo”. Su hija y su bebé viven con él, así como las dos hijas de su nuevo matrimonio - una de ocho años y otra de cuatro.
Le pregunté por la pandemia y la escuela a lo que me respondió orgullosamente que él y su esposa han hecho todo lo posible para que sus hijas no dejen de estudiar. “Es el único camino que les puede ofrecer mejores oportunidades, podré dejar de comer yo pero seguirán teniendo acceso a la escuela”.
Para lograrlo, su esposa tuvo que renunciar a su trabajo - reduciendo el ingreso familiar. Las guarderías y escuelas estaban cerradas. Debía quedarse en casa a cuidar de sus hijas. Las clases migraron a ser virtuales así que les tuvo que comprar un par de tabletas y contratar mejor internet. De pagar $250 pesos mensuales, su cuenta de internet pasó a ser de $1,250 pesos.
“Fui a Coppel y saqué a crédito un par de celulares. A mi hija mayor le dejé el mío y yo traigo este”, me dijo mostrándome un celular cuya única función son llamadas y mensajes de texto. “Voy abonándole cuando pueda pues como te digo, hay veces que paso dos o tres días sin un solo pasaje”.
Me dio intriga conocer el nivel de educación que recibían de manera virtual. Las clases, me explicó, eran a través de WhatsApp y algunos videos de YouTube. Él confiaba -y apostaba todos sus recursos- en que las autoridades les proporcionarán una educación de calidad.
Un escenario poco probable, considerando clases por mensajes de texto.
Nos terminamos los tacos y me llevó a la casa. Le marqué a mis hijas quienes me enseñaron los trabajos que habían hecho en sus clases por Zoom.
Probablemente la gran mayoría - si no que todos - los lectores de este artículo aboguen por un regreso a clases. En mi círculo social escucho comúnmente la expresión que deben “dividir entre escuelas privadas y públicas” argumentando que las privadas no se les debe impedir el regreso a clases, si cuentan con los medios para hacerlo. Que después lo hagan con las públicas.
Tienen razón - si tienen los medios para abrir que abran. Nada más que esto expone también la gravedad del problema.
Vivimos dos realidades. Abogamos para que abran nuestras escuelas y si lo logramos, sé que cesaremos de insistir. Dejaremos a las escuelas públicas desairadas, desconociendo la realidad que viven millones de mexicanos - como el taxista que me atendió y que sueña con un mejor futuro para sus hijas.
El efecto más catastrófico de la pandemia no esté en el cierre de negocios o en el desempleo. Esté en la brecha educativa que por más de año y medio hemos ido ensanchando. Millones de mexicanos “reciben” su educación via WhatsApp, mientas que otros - los privilegiados que tienen acceso a las escuelas privadas - tienen con ello las herramientas y tecnología de punta para seguir aprendiendo.
Esto es un problema que cobrará una factura muy pesada en la próxima década. Por eso es imperativo que a todos nosotros nos preocupe no solamente cómo reabrir las escuelas privadas, sino principalmente reactivar las escuelas públicas - muchas de ellas en el abandono y sin personal docente.
Me atrevo a decir que debemos canalizar los esfuerzos para reabrir las escuelas públicas, antes de apoyar a las privadas.
Ayudemos a reactivar todo el sistema educativo, no solo el nuestro. Cada día que pasa se divide aún más Mexico. Nos vamos a arrepentir de no hacerlo.
Muy buen artículo... a mi consideración resalta uno de los problemas más grandes que enfrentamos el problema educativo.
Me parece un artículo muy bueno para ayudar a crear consciencia de las diferentes realidades que se viven, especialmente ante una situación extraordinaria como la pandemia, y a través de eso buscar ser más solidarios.